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CÁDIZ, CIUDAD SIN LEY

CÁDIZ, CIUDAD SIN LEY

Un impresentable penalti inventado por Esquinas Torres evita que la Real roce ya la permanencia en Primera.El equipo fue víctima de un atropello sin nombre, que convirtió el partido en una guerra en la que no tuvo defensa.

Esquinas Torres firmó un tratado de la mayor ineptitud arbitral que haya sufrido la Real en toda la temporada, y ya es decir porque viene padeciendo últimamente unos arbitrajes que decididamente invitan a la más profunda sospecha. Pero cuando el equipo txuri urdin, en una actitud heroica en un partido con una atmósfera envenenada e imposible para el visitante, había logrado sujetarse a una victoria que le dejaba en Primera por 40ª temporada consecutiva, el colegiado se decidió a firmar la fechoría final.

Es en la acción determinante del partido donde el árbitro se retrata y, en este caso también, su juez de línea, me da igual si Navas Moreno o Martínez Segovia, se llame como se llame el impune cómplice de la maniobra que empuja un poco más hacia el abismo a los guipuzcoanos. Porque en un escenario absolutamente calcado, la pareja designada para impartir justicia ayer en el Carranza, se escaqueó de forma clamorosa de pitar un penalti a favor de la Real Sociedad que, en el minuto 10, ya con 0-1, habría dejado el encuentro casi sentenciado y, sin embargo, en el límite del tiempo reglamentario, valiente él, el mismo asistente se quedó clavado como un héroe para ajusticiar a la Real mediante un penalti totalmente inexistente de Cifuentes.

Resultó vergonzante ver como Navas o Martínez, quien fuera, se cuadró con el gesto inequívoco de señalar penalti cuando el centro de Gari Uranga impactó de forma diáfana en la mano de Varela. El mismo que emplearía ochenta minutos después cuando, a diferencia de en la acción anterior, se inventó que Cifuentes había cortado el balón con la mano cuando impactó claramente con el pecho.

Pero la única diferencia entre las dos acciones clavadas, decisivas, determinantes, no estuvo sólo en que el jugador del Cádiz sí impactó con el balón en la mano y el de la Real no, asunto capital para señalar un penalti. La diferencia esencial estuvo en que, habiendo visto los dos, mientras en el primero apenas le faltaron unos segundos para ’olvidarse’ de que había pitado penalti, en el segundo se mantuvo estoico, convencido, hasta que Esquinas Torres, al que le costó un rato mirarle, entendió que debía dirigirse a los once metros que iban a resultar decisivos para el partido.

El penalti en contra fue la maniobra final dentro de una obra absolutamente desquiciante que fue ahogando a la Real permanentemente, a pesar de los constantes intentos del equipo txuri urdin de sacar la cabeza y resistir. Cada vez que se asomaba a la superficie, la pésima labor del colegiado le sumergía otra vez debajo del agua para tenerle sin respiración todo el partido.

Porque vale que el Carranza iba a ser un infierno, vale que la presión ambiental iba a ser total, vale que el partido no sería sencillo de jugar. La Real estaba preparada para todo ello, pero para lo que no estaba preparada era para que un colegiado acogotado y cobarde, pese a su veteranía, fuera incapaz de distinguir entre la guerra que planteó el Cádiz y el límite del reglamento y así evitar que los noventa minutos fueran un descampado, sin reglas, en el que el equipo local reinó a sus anchas, como en una ciudad sin ley, espoleado por su extrema necesidad.

Porque si había una disputa dudosa, era falta contra la Real; si un jugador txuri urdin hacía un regate, especialmente un Xabi Prieto al que terminarán por coartar todo su arte, le asestaban un patadón sin tarjeta; si había una falta, se sacaba seis metros más allá para que el Cádiz sacara más rápido; si el balón iba arriba, el jugador del Cádiz plantaba un codazo para asustar. Y así, un sinfín de acciones, todas antirreglamentarias, que sólo persiguieron intimidar a una Real que, sin embargo, nunca se rajó pero que, paradójicamente, hicieron temblar al colegiado al punto de ser totalmente arrollado por la atmósfera del partido y lo que pretendía el Cádiz.

Porque al arreón inicial de los andaluces, la Real respondió con un gol de Prieto de clase. A partir de ahí, es verdad que el partido se condenó a una excesiva misión de resistencia y que el Cádiz encerró demasiado a la Real. Pero es que además de que no se podía hacer otra cosa, porque la total permisividad del árbitro cercenaba el intento de jugar de la Real, la actitud y los argumentos txuri urdin habrían sido suficientes para ganar el partido.

Porque aunque el Cádiz lanzó casi veinte corners y no sé cuantas faltas, laterales y frontales, aunque empujó, aunque achuchó, aunque.... la Real no sólo se puso a la altura de concentración, rigor y entrega que pedía el partido sino que encajó los golpes y dio, con dos golazos, al inicio de cada tiempo. Su único error fue no haber aprovechado para marcar un tercer gol que había hecho imposible la remontada en alguno de los contraataques que tuvo.

Lo que había hecho hasta el minuto noventa, sin embargo, era suficiente para ganar hasta que el árbitro evitó que la permanencia casi se rozara ayer y situara a la Real en una situación extrema en la que deberá afrontar otro partido extremo cuando ayer hizo méritos suficientes para evitarlo

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